Las hipótesis que se manejan en las causas de este trágico accidente, señalan la imprudencia. Hoy 7 agosto, se cumplen 74 años del descarrilamiento del Ferrocarril Santa Bárbara – El Vigía donde se descarrilaron 7 vagones y murieron 7 personas. Entre los fallecidos hay que destacar a Emiro, el hijo mayor de María José Chourio Solarte, mejor conocida en la aldea como “La Negra Maché”
Las hipótesis que se manejan en las causas de este trágico accidente, señalan la imprudencia. Hoy 7 agosto, se cumplen 74 años del descarrilamiento del Ferrocarril Santa Bárbara – El Vigía donde se descarrilaron 7 vagones y murieron 7 personas. Entre los fallecidos hay que destacar a Emiro, el hijo mayor de María José Chourio Solarte, mejor conocida en la aldea como “La Negra Maché”
Eudes Blanco*
En la noche lluviosa del domingo siete de agosto del año 1942, el Ferrocarril Santa Barbará – El Vigía, vivió una de las tragedias de mayor magnitud recordadas en la zona y es que el descarrilamiento de siete vagones en el sector Bubuqui, dejo como saldo siete obreros fallecidos y otros heridos de gravedad. Entre los fallecidos hay que destacar a Emiro, el hijo mayor de María José Chourio Solarte, mejor conocida en la aldea como “La Negra Mache”.
Las hipótesis que se manejan en las causas de este trágico accidente, señalan la imprudencia por parte del jefe de estación en El Vigía Teódulo Rivera.
Los acontecimientos previos a la tragedia refieren que a las siete de la noche, el tren conformado por la locomotora número once, llamada Mérida y cuarenta vagones – treinta y nueve cargados de café y uno de granzón- estaban listos con destino a Santa Bárbara y el equipo responsable de ponerlos a destino, estaba conformado por José Encarnación Rodríguez, el maquinista; Albino Atencio, el fogonero y el conductor (que en realidad era el director del tren) José Joviniano González, mejor conocido como Bolivita.
La noche, se mostraba lluviosa y los rieles estaban mojados completamente.
Refiere Bernardo Villasmil, cronista del municipio Colón del estado Zulia, que José Encarnación Rodríguez, el hábil maquinista, creyó prudente, realizar dos viajes hasta La Pedregosa, “…ya que la locomotora sería insuficiente para dominar el tren en la pendiente sobre los rieles mojados”, y así se lo expreso al jefe de estación en El Vigía Teódulo Rivera, quien se enfureció y le gritó al maquinista que lo que quería era ganar más sobretiempo, y que si no arrancaba todo el tren lo reportaría al día siguiente a la administración del Ferrocarril”.
El maquinista, molesto por la amenaza, según la versión del cronista- arrancó el tren; el cual, cuesta abajo desarrolló una velocidad incontrolable. Las ruedas de la locomotora patinaban sobre los rieles y a dos kilómetros abajo de El Vigía, en el lugar conocido como Bubuquí, en donde la línea tenía unas sinuosidades muy forzadas, el maquinista sintió un golpe en el tren. El convoy siguió su desenfrenado viaje hasta La Pedregosa. Al llegar a este lugar al tren le faltaban siete vagones.
Como en otras ocasiones, los eslabones que, unían a los trenes se partían en la bajada, el maquinista creyó prudente, colocar el resto del tren en el desvío y esperar los siete vagones faltantes. Pero pasó una hora y el resto del tren no aparecía. Viendo esto el maquinista, desenganchó la locomotora y partió cuesta arriba en busca de los vagones. Al llegar a Bubuqui el espanto fue terrible, los siete vagones se habían volcado aparatosamente. Los heridos gemían y siete obreros habían fallecido.
Independientemente de las causas inmediatas que se relatan como originarias del accidente, hay que enmarcarlas en una realidad inexorable para el momento, el mantenimiento de la vía y los equipos eran sumamente costosos y el material ya envejecido daba lugar a que el recorrido además de lento fuera riesgoso.
El acontecimiento no debe ser sólo atribuido al error humano, sino también a las condiciones materiales del transporte que se había deteriorado considerablemente. Es por ello, que diez años después del accidente, el ferrocarril de Santa Bárbara – El Vigía, desaparece en forma definitiva en 1952.
El árbol de Tamarindo, considerado el primer símbolo histórico-natural de la ciudad de El Vigía, el cual estuvo ubicado en lo que es el epicentro de esta joven urbe y tuvo un extraordinario valor en la construcción de la identidad del municipio Alberto Adriani.