Se cumplen hoy veinte años de la caída del árbol de Tamarindo, considerado el primer símbolo histórico-natural de la ciudad de El Vigía, el cual estuvo ubicado en lo que es el epicentro de esta joven urbe y tuvo un extraordinario valor en la construcción de la identidad del municipio Alberto Adriani.

Eudes J. Blanco P.*

Tamarindo, es el nombre común de un árbol tropical perennifolio de la familia de las Cesalpiniáceas, nativo de zonas fértiles de África y el sur de Asia, que se cultiva en las regiones tropicales, que puede alcanzar hasta 24 metros de altura y es muy apreciado por un fruto ácido que produce.

El Tamarindo, para El Vigía y el municipio Alberto Adriani, es un árbol que habiendo estado ubicado en lo que es el epicentro de esta joven urbe, tuvo un indiscutible valor como símbolo histórico natural en la construcción de la identidad del municipio Alberto Adriani. A dos décadas de la caída de este árbol y de su desaparición, es pertinente destacarlo, sobre todo para las jóvenes generaciones.

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En cuanto a la presencia del árbol el profesor Delibrando Varela, cronista del municipio, lo considera que fue “un testigo mudo por casi ochenta años que duró”, es decir que para él había nacido a finales de la primera década del siglo XX y recalca que “…junto al ferrocarril nos acompañaron a todos nosotros los moradores de esta ciudad, sobre todo a los primeros luchadores que emprendieron el progreso de esta importante capital del municipio Alberto Adriani”.

Es por la razón anterior que el árbol de Tamarindo,  se convirtió en punto referencial para los aldeanos que con el correr del tiempo se transformo en elemento toponímico del centro de la ciudad, que abarca el espacio más dinámico en lo social y comercial  del barrio el Carmen.

En esa valoración,  al árbol de tamarindo, se recurre en primer lugar a Alejandro Moreno, quien hasta ahora es el primero de quien se tiene referencia de haber escrito el primer artículo dedicado a él, publicado en el semanario El Progreso el 29 de febrero de 1964, con el título “El tamarindo”.

La connotación histórica del árbol, Moreno la refiere así: «…corría el año 1900, esta hoy por hoy floreciente población, en otrora simple puerto terrestre rodeado de pesebreras que servían de albergues a las mulas único medio de transporte que tenían los comerciantes de la época, donde hoy lucen modernos edificios, ayer hacían gala gigantescos arboles, entre ellos el Tamarindo, símbolo de la arboleda vigiciana».

El autor coloca al Tamarindo como testigo de la llegada del ferrocarril y posteriormente de los primeros pasajeros que desembarcaron de un automóvil al producirse la integración de El Vigía a la carretera Trasandina con la inauguración del tramo carretero La Victoria – El Vigía, que nos conectaba con Tovar y con la capital del estado.

Ese valor histórico es reafirmado por el licenciado Orlando Carvajal Callejas, cuando afirmó que en el «Terminal pie montano, se conformó sin planificación, alrededor de un árbol de Tamarindo la Aldea de El Vigía. Aquel amorfo asentamiento tuvo como función original la de servir de depósito y trasbordo de mercancías y productos agrícolas. Tal función la convirtió en lugar de contacto del Estado Zulia con el Estado Mérida y en un corredor de paso que relacionaba las tierras bajas y llanas del Sur del Lago con las altas de la cordillera».

Pero además de la función histórica El Tamarindo cumplió una labor socio-cultural y económica, Alejandro Moreno acota: «Da sombra a la cultura la Escuela Rural y los portadores de esta gran fuente de riqueza, que es la educación (…) eligen a nuestro frondoso tamarindo, su único auditorio, donde los niños luciendo su uniforme de gala, recitan poemas, en otras ocasiones los alegres habitantes lo utilizan como única pista bailable y por las noches carnestolendas se daban cita para rendirle honores al Dios Momo». Igualmente la sombra que daba El Tamarindo era aprovechada por los comerciantes para «vender sus baratijas al hombre del campo».

Ese valor de espacio para la socialización, lo destaca el profesor Guillermo Briceño cuando lo describía así:

«era como la levadura inagotable para la creatividad de pensamiento ingeniosos, que afloraban en cuentos, anécdotas y chistes con donaire; relatos de los últimos acontecimientos, las voces de los curanderos, de los aprendices de brujos y de profetas, de los cantores y músicos, pero también, se escuchaban diálogos finos con un buen cuerpo de ideas coherentes, con capacidad de dialogar cuestiones esenciales, que le permitieran valores del compartir y convivir fraternos».

Desde esta perspectiva,  aquel árbol de tamarindo “sirvió de sitio obligado a los vigienses”, como lo manifestará el historiador Adelmo Peña.

El árbol de Tamarindo, sirvió de inspiración a poetas y compositores y asó lo plasmo el cantautor Humberto Velazco cuando colocó en el mmarco de una pieza musical la siguiente letra: Mirando al Chama, hay un tamarindo; símbolo hermoso de mi región.

Con la caída del árbol el 02 de octubre de 1996, hace veinte años se derrumbaba un mudo testigo de la historia de la ciudad de El Vigía, su heredero, el hijo del tamarindo, se encuentra prisionero entre muros de cementos en el sitio  que aquel ocupo. Sin explicación un sitio público: la placita del tamarindo, pasó de repente del dominio público a la propiedad privada, del escenario que asociaba al templo de los mercaderes.

Por ello la necesidad de recuperar el espacio que ocupo el tamarindo para la ciudad y sus habitantes y subsanar el actual desequilibrio paisajístico-visual que altera el casco histórico de la ciudad y que además está aniquilando al hijo del árbol originario.

* Historiador – eudesbmlanc@gmail.com