Luego de una semana de enfrentamientos políticos y sociales, despertamos hoy en Cataluña con la misma incertidumbre post referendo, con una ruptura no solo política sino social entre catalanes y españoles. Haya o no haya desconexión unilateral de independencia (DUI), la ruptura emocional de gran parte de Cataluña y España sigue en tiempo presente. Quizás […]
Luego de una semana de enfrentamientos políticos y sociales, despertamos hoy en Cataluña con la misma incertidumbre post referendo, con una ruptura no solo política sino social entre catalanes y españoles. Haya o no haya desconexión unilateral de independencia (DUI), la ruptura emocional de gran parte de Cataluña y España sigue en tiempo presente.
Quizás mañana Mariano Rajoy cumplirá con su deber aplicando el artículo 155 de la Constitución si los independentistas proclaman la independencia unilateral. La pregunta es quién será el mediador que desee meterse dentro de ese caldo de cultivo, que conlleva sentimientos encontrados entre una ciudadanía que cree en unos partidos políticos que han terminado transgrediendo leyes y aquellos que prefieren mantenerse y sentirse parte de España.
Narremos la historia de un día crispado
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El domingo 1 de octubre era el día D para España. Los independentistas celebraban un referendo declarado ilegal por el Tribunal Constitucional para realizar la desconexión de España. El desafío soberanista había recibido el apoyo de numerosos ciudadanos, pero también recibía críticas de la opinión pública y de unos catalanes que se mantenían en silencio, además de una contundente respuesta judicial y del gobierno de Mariano Rajoy para evitar que se llevase a cabo una consulta que carecía de garantías legales. Bajo la amenaza de la intervención por el gobierno español, el domingo se llevó a cabo el referendo y las confrontaciones no se hicieron esperar.
Desde las 5:00 de la mañana, ya se habían formado colas en los centros de votación donde muchas personas habían pasado la noche, para mantenerlos abiertos y poder llevar a cabo el referendo sin que los Mossos d’Esquadra –la policía local– los precintara y les quitara las urnas ni las papeletas. Los mismos organizadores advertían a los ciudadanos que no dieran pistas sobre la llegada del material electoral.
Sobre las 9:00 de la mañana me encontraba cubriendo el referendo en las afueras del instituto Ramón Llull, el primer colegio intervenido por la Policía Nacional. El colegio ya había sido precintado por los policías cuando escuché detonaciones dos calles más abajo. Era la Policía Nacional disparando pelotas de goma contra manifestantes que impedían el paso de las furgonetas policiales. Del suceso un hombre salió herido y tuvo que ser intervenido quirúrgicamente, según informaron los medios de comunicación unas horas después. El equipo de periodistas estaba sorprendido por la respuesta. El encontronazo se había realizado fuera del colegio y después de haber sido precintado. La sinrazón entraba en juego fuera o dentro de los centros de votación.
A partir de allí, el día transcurrió de la misma forma en otros puntos de votación. Las imágenes recogidas por las agencias de noticias eran más fiables que las redes sociales: porras y golpizas por doquier, enfrentamientos entre los Mossos d’Esquadra, la Policía Nacional y la Guardia Civil. La división iluminaba hasta a un ciego.
Horas más tarde me acerqué a otro centro de votación cercano a la Sagrada Familia, La Sedeta, donde la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, se disponía a votar y ofrecer declaraciones. Colau pidió al Presidente del Gobierno hacerse responsable de los actos que cometía la Policía Nacional y la Guardia Civil en todo el territorio catalán por órdenes del Estado. Lo mismo ocurrió a lo largo del día con representantes de otros partidos como PNV, Compromís y Podemos. Por su parte, PSC, PSOE y Ciudadanos criticaban tanto a los independentistas como al gobierno central. Nadie estaba a favor de la descarga policial en contra de civiles.
La votación era irregular, el Govern catalán optó por aplicar el voto universal “a través de un sistema electrónico que permite controlar todo el censo”, donde “se puede votar sin sobres” y en cualquier centro, según afirmaba el representante del Govern, Jordi Turull. A pesar del sistema, en muchos centros no funcionaba. La Sedeta fue un ejemplo, tenían que realizar el censo de manera manual.
Al mediodía, el discurso del gobierno central era incomprensible. La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, realizaba la primera valoración sobre la jornada: “El referéndum no se ha celebrado”.
Cataluña era un caldo de cultivo. Unos se sorprendían y salían emocionados de los centros de votación, otros luchaban contra las fuerzas de seguridad del Estado mientras eran golpeados, otra parte de la población se quedaba en sus casas por no estar de acuerdo con una votación como la había planteado el Govern. Hasta el partido de la liga Barcelona FC-Palma se jugó a puerta cerrada ese día.
Desde la tarde a la noche estuve en el centro de noticias de MediaPro, donde los únicos voceros que daban declaraciones estaban a favor del referendo y del procés. Sobre las 8:00 de la noche compareció Rajoy afirmando que no hubo un referendo de autodeterminación en Cataluña y que las fuerzas de seguridad habían cumplido su labor. Las cacerolas se hicieron escuchar en Cataluña mientras Rajoy hablaba. Dos horas más tarde aparecería el presidente de la Generalitat (Generalidad de Cataluña) e impulsor del referendo, Carles Puigdemont, afirmando que trasladaría los resultados del proceso de votación al Parlament para poner en marcha las leyes aprobadas por dicho ente político.
Sobre la medianoche nuevamente el portavoz del Govern compadeció en el centro de noticias de MediaPro ofreciendo los resultados parciales del referendo, en los que la mayoría era claramente para el “Sí”. De los 2.262.424 de votos escrutados, 2.020.144 (90,09%) fueron a favor del “Sí”. Se contaron 176.565 (7,87%) por el “No”, 45.586 (2,03%) votos en blanco y 20.129 votos nulos (0,89%). Por su parte, el Govern hacía un llamado a huelga general para el martes 3 de octubre, para manifestar en contra del gobierno central y la represión vivida durante la jornada. Los votos ya no representaban a nadie, eran pura simbología.
La mañana siguiente el país amaneció dividido. Desde Madrid se achacaba la culpa a los Mossos d’Esquadra por no haber hecho su trabajo, por haber sido blandos, confirmando que eran una herramienta política de los independentistas catalanes. Por su parte, las portadas de los periódicos a nivel internacional mostraron la represión policial impulsada por el gobierno central. Era un mal día para la política de Rajoy de cara a la opinión pública nacional e internacional y un buen día para el nacionalismo independentista catalán.
Falta de estrategia en los días siguientes
La huelga general se llevó a cabo sin complicaciones el martes 3 de octubre. Las calles de Barcelona se inundaron de jóvenes. Muchos adolescentes gritaban “las calles son nuestras” desde la Via Laietana a la Plaça Universitat. En la tarde, la concentración muy cerca de la Avenida Diagonal y los Jardines de Gràcia constató lo que ya nadie niega: se necesita un diálogo.
Dos días después, y luego de un discurso del rey Felipe en el que se hacía un llamado a respetar las leyes y la Constitución española sin hablar de víctimas, el panorama catalán continuaba igual, con falta de diálogo entre las dos partes. El gobierno central no había atajado el problema a tiempo y la actuación represiva del domingo no lo dejaba bien parado. Por su parte, el gobierno catalán, para tapar su inoperancia, mantenía su actitud de romper con las leyes democráticas.
La masa silente sale a la calle
El pasado fin de semana se llevaron a cabo otras dos manifestaciones en Madrid y Cataluña. El sábado 7 de octubre se realizó la manifestación Parlem/Hablemos, donde se pedía el diálogo entre Rajoy y Puigdemont, dejando las banderas y consignas de un lado y sin partidos políticos que en principio pudiesen haber fomentado esta iniciativa ciudadana. El domingo, la Societat Civil Catalana hizo un llamado a los unionistas, españolistas y a quienes no creen en una España dividida. Posiblemente la manifestación más grande pro España que ha vivido Cataluña.
Al día de hoy la pregunta que vaga en mi cabeza sigue siendo la misma: ¿quién hará el trabajo para acercar y eliminar la desconfianza, el resentimiento e incluso el odio que hay en estas dos Españas y estas dos Cataluñas, entre unos y otros?