Esta conversación, entre el muchacho mayorcito de casa y sus vecinos pudo tener lugar en tiempos idos. Quien la narra nació y se crió en pueblo andino, en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo.

Jóvito Valbuena Gómez*

 

El muchacho mayorcito de la casa, que bien claro y tendido habla, echó su cuento de esta manera cuando le preguntaron qué comían en su casa.

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– En casa comemos a la hora todo lo que se nos antoja. Comemos completo los cuatro golpes y antes de ir a dormir mi mamá nos atapuza un dulce de cualquier fruta y algunas veces un ponche caliente o una caspiroleta para que el sueño sea completo y reparador.

– Oye, muchachito ¿cómo así? Pa´creele, contanos al pelo los detalles.

– Mi papá me llama pa que me pare como a las seis, a veces a las cinco y media, porque él madruga mucho y pone a todo el mundo en movimiento. A mis cinco hermanitas las turna mi mamá en la cocina y las otras cosas de la casa. Mis cuatro hermanos menores que yo, también van a lo suyo si es que no tienen tareas que llevar a la escuela. Que si mas aguas pal cochino, que si muela maíz pa las arepas, que si vaya a la carnicería a buscar la carne, en fin, todos ayudamos un poquito antes de irnos a la escuela. A mi me toca buscar la vaca en un potrero alquilado porque mi papá no tiene tierras, y le saco como siete litros de leche pal café y la cuajada.

– Dios bendito, qué bueno mijito, así es la vida de buena, le dijo una señora con cara de abuela que oía con atención al muchacho. Pero ¿qué comen?

– Ah bueno, ahí le digo. Mi mamá hace arepas de maíz o de harina blanca pal desayuno y las pone al centro de la mesa, con queso, mantequilla y café con leche pa que nos sirvamos a gusto. El caldo con papas y leche si nos lo sirven poco a poco, antes del hígado encebollado. Los que quieran caraotas refritas o cualquier otra cosita que haya sobrado del día anterior, no tenemos sino que pedirla porque a mi mamá le encanta vernos tragar. Lo que si no le gusta a mi mamá son las empanadas porque dice que demasiado aceite o manteca hace daño.

– ¿A qué hora van a las escuela? Y ¿también llevan merienda?

– Tempranito, a las ocho ya estamos en clase hasta las doce. Y no llevamos merienda porque pa qué si bien llenitos estamos. Y mis compañeros son lo mismo. En la cooperativa de la escuela venden frescos y de todo, pero yo nunca compro porque me la pasó lleno y sé que el almuerzo viene con todo.

– Ajá, y ¿qué tal el almuerzo?

– Mi mamá se la pasa en la cocina y mi papá tiene un tallercito de herrería y nunca le falta trabajo. Por eso cuando llegamos de la escuela nos mandan a sentarnos a la mesa. Siempre hay sopa de verduras, o caldo de gallina, o caldo de hueso de carne con papas, o arvejas. A veces con las arvejas hacen cuchute. Y el seco varía todos los días entre gallina, carne de res o pescado. Nos gusta mucho el pescado salado con cambures. Y si no hay pescado mi papá destapa unas latas de sardina. Fresco de naranja, mango, lechosa o guarapo de panela como bebida.

– Pues así hacemos en esta casa- repicó el que más preguntaba al muchacho. – ¡Aquí también comemos, carajo, porque pa eso se trabaja! Y dígame una cosa. Seguro que ustedes le meten a la merienda.

– ¡Uf, qué si no! A las 4 de la tarde nos dan queso o natilla con plátano maduro cocido. A veces hay pan, quesadillas o cucas. El guarapo con leche es lo que más nos gusta.

– Igual a nosotros, cuando viene la hora de la cena estamos completos, pero la costumbre de meterle a los atoles no podemos dejarla. Y ¿ustedes qué tal?

– Pues sí, la mazamorra de maíz o de arroz es la costumbre. Pero por lo general volvemos a comer arepas o cualquier otra cosa que haya quedado del almuerzo. Yo creo que mi papá es muy tragón y siempre pide más comida.

– Mirá, muchacho, y ¿dónde consiguen aceite y azúcar?

– No, no hay problemas con eso, porque en casa se cocina con manteca de cochino y panela.

– ¡Qué bien! Y las tareas a qué hora las hacen?

– Nos queda tiempo después de la merienda, vigilaitos por mi mamá que ayuda por si tenemos problema.

– Menos mal que ustedes estudian, así serán mañana hombres de bien que es lo que necesita este país. No como ahora que cualquiera puede ser presidente, sepa o no sepa. Dígame, si no cambiamos, con el gobierno que tenemos no vamos a llegar a ninguna parte.

– Igual dice mi papá, la situación está mal, pero él le echa pichón porque en casa somos diez hermanos y no tiene sino el tallercito de herrería. Menos mal que la gente paga sin problema y se puede comprar la papa.

Esta conversación, entre el muchacho mayorcito de casa y sus vecinos pudo tener lugar en tiempos idos. Quien la narra nació y se crió en pueblo andino, en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo.

 

*Geografo – Presidente del Centro de Estudios de la Zedeñidad Alberto Adrianijvalbuena_2000@yahoo.com