Su silueta campea en los medios de comunicación, todos los días y noches, con sus albas y ocasos, y ahora copia un programa de ayer, creado por el gran bigotón, nacido en la Caraqueñísima Parroquia la Pastora Phidias Danilo Escalona, a quien se le falsifica y copia su programa radial primero en Radio Difusora Venezuela “La fiesta brava de cipreses” y luego en la Voz de la Patria “La verdadera hora de la salsa”.

j. g. guerrero Lobo*

 

Su silueta campea en los medios de comunicación, todos los días y noches, con sus albas y ocasos, se presenta como un minúsculo accidente que no llegan a turbarlo, y ahora copia un programa de ayer, creado por el gran bigotón, nacido en la Caraqueñísima Parroquia la Pastora Phidias Danilo Escalona, a quien se le falsifica y copia su programa radial primero en Radio Difusora Venezuela “La fiesta brava de cipreses” y luego en  la Voz de la Patria “La verdadera hora de la salsa”, y hay más  fusilaron y las hacen suya, el plagio su eslogan y grito de ¡Familia¡ un locutor, director de  televisión.

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Acaso probablemente se trate de una metáfora realista, pero el realismo -ya lo decía Ray Bradbury en una de sus estupendas Crónicas marcianas- puede ser un infierno:

Casi todos han dejado Marte para regresar a la Tierra, pero Walter Gripp se quedó viviendo en un pueblo marciano, ahora totalmente abandonado. Tiene toda la ciudad a su disposición, pero está solo y trata de encontrar a otras personas. Finalmente, por casualidad, contacta a otra persona por el teléfono, una mujer llamada Genevieve  Selsor. Inmediato agarra el auto y se apresura a ir al     pueblo donde ella está, imaginándosela bella y hermosa. Pero cuando la encuentra, se desilusiona al verla fea, insípida y molesta. Finalmente se sube  de nuevo al        auto  escapa a toda velocidad cuando ella decide que deberían casarse. Gripp termina pasando su vida cómodo y solo en un pueblo, y si por casualidad alguna vez suena el teléfono, por las dudas no atiende.

El mundo surge precisamente del abismo: con él se inicia el Génesis («Las tinieblas cubrían la haz del abismo»), que refunde antiquísimos mitos sumerios y babilonios, y a él será enviado el rebelde Satán a la primera de cambio. También para Hesiodo, el primer teólogo de Occidente, en el origen reinaba Caos, una personificación del «vacío que se produce en una abertura».

A ese reino de la oscuridad viajan, siguiendo las huellas de Orfeo, Ulises y Eneas para escudriñar sus respectivos destinos

El abismo repele y atrae, es como la conquista y colonización del planeta. Esta ardua empresa de los hombres futuros parece destinada a la época, pero Ray Bradbury ha preferido (sin proponérselo, tal vez, y por secreta inspiración de su genio) un tono elegíaco. Los marcianos, que al principio del libro son espantosos, merecen su piedad cuando la aniquilación los alcanza. Vencen los hombres y el autor no se alegra de su victoria. Anuncia con tristeza y con desengaño la futura expansión del linaje humano sobre el planeta rojo -que su profecía nos revela como un desierto de vaga arena azul, con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos amarillos y antiguos barcos para andar por la arena.

En cansancio racionalista de las Luces, triunfa el abismo. A los románticos les atrae el lado oscuro de ese precipicio o sima espiritual en el que, más tarde, beberán insaciablemente Baudelaire y los poetas llamados malditos. De esa dual atracción que ejerce el abismo dan buena cuenta dos libros muy distintos publicados el mismo año: Las memorias del subsuelo (de Dostoyevski), que nos sumerge en la espeleología de las profundidades del alma humana antes de que lo haga Freud, y Viaje al centro de la Tierra, de Verne, en el que el descenso es el motor de una aventura con los pies en el (sub)suelo. La literatura contemporánea también explota profusamente tan socorrido motivo: Leopoldo Bloom sigue en el Dublín de sus días los pasos abismales de Odiseo, y también lo hacen a su modo, Hans Castorp en su montaña mágica y hasta el mago Gandalf de El señor de los anillos, que cae a la sima (para resurgir más tarde) mientras combate con el demoníaco balrog. La lista de descensos al abismo contemporáneo se haría interminable.

El disfraz de bigote, contempla la atracción del abismo como Caspar David Friedrich, pinto “El monje contemplando el mar” y así confirma la desentropomorfización del paisaje, perdido definitivamente su centralidad, viendo desoladamente su espacio vital y desconectado de la realidad, bailando con su pareja en el ladrillo suelto que lo mimetizándose para ver con melancolía y tristeza el futuro.

escritor – jgglobo@gmail.com