Hace un milenio, el rey Canuto de Dinamarca, rodeado de sus asesores y adulantes del momento, colocó su trono en la playa y decretó que la marea no subiera. Pronto, ante las inexorables leyes de la naturaleza, el trono tuvo que ser removido, y el Alto Gobierno del Rey hubo de retirarse a tierra más […]

Hace un milenio, el rey Canuto de Dinamarca, rodeado de sus asesores y adulantes del momento, colocó su trono en la playa y decretó que la marea no subiera. Pronto, ante las inexorables leyes de la naturaleza, el trono tuvo que ser removido, y el Alto Gobierno del Rey hubo de retirarse a tierra más firme.

Todo fue posible porque Canuto no era un megalómano, ni siquiera un ideólogo a ultranza -como los que pululan por ahí en la actualidad- que creyera en la infalibilidad de los reyes, por aquello de su derecho divino de gobernar. Inclusive, Canuto, por el contrario, decidió tomar esa didáctica medida para demostrarle a su Corte los límites del poder terrenal de los gobernantes, y lo que sucede cuando éstos pretenden desafiar las leyes de la naturaleza, y, nosotros añadiríamos, los de la economía.

Cada uno en su área de competencia, sin duda alguna, tanto la Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos (SUNDDE), como la Superintendencia de las Instituciones del Sector Bancario (SUDEBAN), están actuando como los mismos ministros de Canuto, sin que haya forma que reconozcan y entiendan su error y cambien de rumbo. En el caso de la SUNDDE, no hay nada nuevo bajo el sol. Este organismo tiene años actuando como si la inflación no existiera, además, como si una diferencia de precios relativos abismal con los de nuestros vecinos más cercanos, no promoviera la fuga legal -o ilegal- de productos por la frontera.

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En condiciones de inflación galopante, como la que se ha sufrido durante años en Venezuela, esta política ha servido para ir socavando la capacidad del aparato productivo nacional. Por un tiempo, mientras el petróleo se tasaba a más de 100 dólares el barril, daba para casi cualquier cosa. Y era así porque esa perversión se enmascaraba y permitía que se le escondiera de los consumidores con importaciones masivas. Sin embargo, terminó la fiesta, y ¿saben qué sucedió?: surgió la escasez periódica y cada vez más frecuente de un sinnúmero de bienes.

¿Resultado? Lo que fue aceptado como una simple tira y encoge que se manejaba a “billetazo” limpio, sin embargo, terminó en hiperinflación. Y, por lo que se ha apreciado hasta ahora, lo peor es que los amigos de la SUNDDE han terminado demostrando que de eso siquiera habían oído hablar nunca antes, y que ahora, en pleno 2018, están demostrando que no tienen la más mínima comprensión de lo que significa el problema y cómo es que se le supera.

De hecho, y hay un ejercicio demostrativo de esta apreciación. Porque pretender regresar los precios de más de 6.000 bienes a lo que eran el 15 de diciembre del año pasado, cuando los mismos están subiendo entre 50 y 100% mensual, es una imposibilidad. Además de que, si se insiste en ella, lo que va a suceder es que el poco abastecimiento que todavía existe de los citados bienes, sencillamente, va a desparecer.

¿Quieren abastecer a la población y ayudarle a defender realmente sus derechos socioeconómicos? Entonces, háganlo, pero con base en procedimientos que terminen generando tales resultados. Y eso es fácil lograrlo: dejen de venderse a sí mismos dólares a 10 bolívares y de regalar la gasolina; fijen los precios de los bienes en dólares y verán cómo se estabilizan. Inclusive, ¿saben qué?: a lo mejor, dichos productos hasta bajan de precio. Porque todo cambiaría al eliminar esa bonachona ristra de intermediarios opacos que ustedes mismos han engendrado con sus decisiones equivocadas.

En cuanto al caso de la SUDEBAN, sin duda alguna, es, si se quiere, aún más dramático. Porque, de acuerdo a lo que se ha filtrado de las conversaciones con la Asociación Bancaria de Venezuela, lo que pretende el organismo oficial es que la banca se re capitalice, y que contribuya a multiplicar el dinero primario que el Banco Central de Venezuela ha generado al imprimir el 92% de lo que circula, en tan solo los últimos 12 meses. Pero ¿Con qué capital? Y si es con dólares frescos, ¿a qué tasa de cambio? Y ¿Qué tasas de interés van a ofrecer para que se hagan presentes ahorristas en bolívares y en plena hiperinflación? Para colmo, alguien en el alto gobierno parece haberle puesto el ojo a las remesas que la diáspora venezolana le ha empezado a enviar a sus familiares. ¿Y a qué tasa pretenden que las cambien?

Sin duda alguna, fue acertadísimo lo que, supuestamente, les habría contestado el presidente de la Asociación Bancaria de Venezuela. Y es que, en hiperinflación, también estimados amigos, la banca no tiene vida, por lo que no hay que ponerse creativos ni a dispuestos a imaginar soluciones que pudieran terminar siendo costosas ¿o catastróficas?

 

¿Pero quieren que las remesas lleguen directamente por el sistema bancario? Entonces, desde La Otra Vía, con la humildad y el respeto de siempre, les ofrecemos otra sugerencia:  dejen que los ciudadanos las envíen a las cuentas locales en dólares que, hoy por hoy, son legales; y permitan que los venezolanos hagan transacciones en dólares localmente, incluyendo los pagos en el comercio nacional. Adicionalmente, como se ha sugerido desde el sector sindical, en esas mismas cuentas, deposítenle en dólares los pagos mensuales de prestaciones de sus trabajadores para que no se esfumen. ¿O es que, un milenio después, pretenden reeditar la experiencia de Canuto, ilegalizando la marea?