Debido al énfasis que la sociedad le da a la educación, conocimiento e inteligencia cognitiva, muchos profesionales son promovidos a posiciones de liderazgo tomando en cuenta su buen desempeño técnico o sus capacidades personales tales como eficacia, disciplina y responsabilidad – entre otros aspectos- que ciertamente son fundamentales para la gestión gerencial. Sin embargo, muchas […]

Debido al énfasis que la sociedad le da a la educación, conocimiento e inteligencia cognitiva, muchos profesionales son promovidos a posiciones de liderazgo tomando en cuenta su buen desempeño técnico o sus capacidades personales tales como eficacia, disciplina y responsabilidad – entre otros aspectos- que ciertamente son fundamentales para la gestión gerencial. Sin embargo, muchas veces son poco consideradas sus habilidades emocionales y relacionales las cuales son factores determinantes en el estilo de liderazgo que se evidenciará en el manejo del personal así como en la integración de los equipos de trabajo y en las demás relaciones interpersonales del mundo laboral.

Justamente es, frente a estos retos de relación e influencia, donde muchos líderes brillantes se atascan por no saber manejar sus propias emociones en la interacción con las diferentes tonalidades emocionales y estilos de comunicación de sus colaboradores. Por lo tanto suelen incurrir – inconscientemente – en la repetición de modelos directivos basados en órdenes e imposiciones, cuyos paradigmas son: “el jefe es quien tiene el mayor conocimiento”, “el jefe soy yo”, “no tenemos tiempo para eso”, “háganlo así y después vemos”, entre otros que usted habrá escuchado.

En la actualidad, con el auge de la tecnología y el acceso a la información, los equipos de trabajo están más preparados para informar, aportar y proponer nuevas ideas o prácticas de trabajo. Todo esto exige un liderazgo con mayor interacción que canalice esas inquietudes, integre, cohesione y negocie parámetros claros de comportamiento y los impulse a lograr los objetivos.

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Para ello —debido a que estas situaciones no responden a la lógica del pensamiento analítico— los líderes deben poseer una buena dosis de inteligencia emocional que les permita manejar la empatía, la escucha, la flexibilidad y el manejo de su poder para el desarrollo del talento humano, a la vez que gestionan los procesos y logran los objetivos.

El reto para los lideres está en integrar el pensamiento analítico con la inteligencia emocionalentendiendo que son dos dinámicas diferentes: el pensamiento analítico es sistemático, ordenado, repetitivo y eficaz, es como conducir un vehículo automotor, pueden cambiar las vías pero los principios básicamente son los mismos y las soluciones bastante predecibles: el pensamiento analítico es muy útil para la planificación, gestión, manejo del tiempo y en la toma de decisiones. Y por otra parte, disponer de inteligencia emocional que es como surfear en el mar, requiere otras habilidades como la flexibilidad para sortear las diferentes olas, la agilidad para mantener el equilibrio en una superficie en movimiento, la observación para detectar sutiles cambios en el lenguaje no verbal y el foco necesario para deslizarse de pie con elegancia hasta la tierra firme de las buenas relaciones para el logro de objetivos.

Para ello es importante conocer las mareas emocionales propias y las de los demás, e inevitablemente bañarse en el impredecible mundo emocional para entenderlo y poder influir en las múltiples interrelaciones que demanda la vida laboral de un líder.