Vivimos en la sociedad líquida del engaño, donde la adulancia fluye y juega el papel más importante, dada en las relaciones que establecen los individuos. Incluso domina hasta las expectativas y los sueños más íntimos de las personas. Muchos la recrean y la sustentan; la viven, otros se defienden de ella con honestidad, valor y coraje, pero no pueden derrotarla

    j. g. guerrero lobo*

 

Vivimos en la sociedad líquida del engaño, donde la adulancia fluye y juega el papel más importante, dada en las relaciones que establecen los individuos. Incluso domina hasta las expectativas y los sueños más íntimos de las personas. Muchos la recrean y la sustentan; la viven, otros se defienden de ella con honestidad, valor y coraje –como lo hacen ficticiamente muchos– pero no pueden derrotarla.

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 La mayoría la padece en sus desgracias, sin saber distinguir si son propias y accidentales o sociales e impuestas; solamente la sufren y se lamentan siempre. Pobreza, precios elevados de los alimentos, devaluación, mal gobierno se aúnan a enfermedad, soledad, desamor. El engaño se cumple a fondo: nadie tiene la culpa, o bien, en la versión popular e irónica, “la corrupción somos todos”. En el fondo sabemos que esto no es así, que no todos participamos del engaño aunque lo padezcamos.

La adulación liquida ha desarrollado un poder tan grande, que las ideas más simples y sencillas no son tomadas en cuenta por el Príncipe hasta que el adulante las manipula y las presenta en el momento justamente oportuno; porque además de jugar como nadie con las debilidades humanas, posen un ingenio inagotable.

Dicen que para muestra un botón y veamos como el gran poder de la adulación hizo que Lucio Vitelio  hiciera Emperador de Roma a su hijo. Cuenta Suetonio en “Vidas de los doce Césares”, que Lucio Vitelio tenía un extraordinario talento para la adulancia; y nos refiere que además de su pasión por una liberta, la aduló bebiendo su saliva mezclada con miel y no lo hacia en secreto, todos los días y delante de todo el mundo. Fue Lucio Vitelio “el primero que introdujo la costumbre de adorar a Calígula como un Díos”. Como en el juego echo el resto a ganador, fue en dos procesos de la alta escuela de la adulancia y el engaño, que fijaron su posición de poder  y causaron el ascenso al poder de su hijo a jefe del Imperio Romano. En el primer proceso, cuando Lucio Vitelio estuvo seguro de la debilidad de Calígula, “simuló que no podía acercarse a él sino cubriéndose la cabeza con un velo; y después de girar varias veces sobre sí mismo, se arrodilló a sus pies”; el otro proceso que con el Emperador Claudio, quien tenía debilidades por las mujeres. Sabiendo que Mesalina era entre los dos la más poderosa, le pidió con un cúmulo de insignes zalamerías, que le diera permiso para descalzarla; en ese momento tuvo la precaución de robarle la sandalia derecha “que constantemente llevaba entre la toga y la túnica, besándola de vez en cuando”.

El poder de la adulancia de Lucio Vitelio, lo hizo dos veces Cónsul Ordinario, censor con Claudio y hasta encargado del Imperio y lo que es más importante, logró hacer Emperador a  su hijo  Aulo Vitelio, cuando murió tan extraordinario adulante, el Senado decretó funerales públicos y le levantó una estatua con esta inscripción “Su fidelidad hacia el Emperador fue inquebrantable”.

Al pensar que la sociedad líquida del engaño con adulancia es una especie de sociedad invisible en el interior de la real, a la sociedad concreta le toca asumir los costos de esa otra sociedad interior e invisible sustentada por el engaño, el fraude y la adulancia.

La abulia social para modificar las condiciones de existencia,  los excesos de corrupción y violencia que imponen una sociedad de engaño, estafa y fraude. Las desgracias de la sociedad se vuelven endémicas: cada quien las padece a su manera pero las padece. Son los males de muchos que consuelan a tantos -a los que gozan con las desgracias ajenas para engañar las propias-, pero cuyo consuelo no es ninguna solución, ni personal ni social.

Los hombres de cualquier ciudad, que más tarde que temprano, comienzan a percatarse de que la «sociedad» donde viven no es la mejor y en la vida real terminan sintiendo que las desgracias propias ya no son tan personales sino las que impone una sociedad no fácil de derruir: la del engaño aunado a la adulancia.

Y todo esto, de algún modo, se parece tanto a nuestra situación actual.

Monedas en honor a Lucio Vitelio
Monedas en honor a Lucio Vitelio

*Escritor – jgglobo@gmail.com