Cuando se emplean excusas por pretender justificar una acción por deliberada que sea, el resultado apuntará sólo a resultados contrarios a lo que se presumió. Y en política, más aún todo, por causa del carácter infundioso que arropa al pretexto aducido

 Antonio José Monagas*

Dicen que “desde que se inventaron la excusas, nadie queda mal” o que “nadie quiere ser culpable”. Pero cuando las realidades son diferentes del contexto en donde busca plantarse la excusa, entonces nadie podría quedar bien parado. Sobre todo, porque las excusas, en tanto que pretextos o evasivas, nunca podrán construirse a partir de razones dirigidas a derrumbar verdades sólidas por cuanto sólo pueden utilizarse para escapar de obligaciones o responsabilidades, justificar omisiones o adulterar situaciones. Todo ello, circunstancialmente. Así sucede en cualquiera de los planos o terrenos de la vida. Ni siquiera la política, se salva de ello. Más, por ser el ámbito donde, generalmente, los esfuerzos por resolver un problema, paradójicamente se convierten en nuevos problemas.

Cuando quienes gobiernan realidades, además complicadas por esencia, desconocen las dificultades en que se ven atrapadas las distintas situaciones que se ubican bajo su presunta responsabilidad, no sólo es porque el envilecimiento padecido ha reducido sus capacidades a la mínima expresión política. También porque con sus “cuentos de camino”, buscan falseados motivos para asombrar a ilusos e ingenuos con medidas cuyos absurdos contenidos terminan sólo garantizando más desintegración, mayor inmoralidad y peor compostura. O porque buscan algún subterfugio que les haga quedar bien sin siquiera imaginar que la situación hará voltearle lo planeado.

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Quienes así pretenden gobernar asistidos por tan errados criterios, es porque ni proyecto consistente de gobierno tienen. Ni tampoco, noción de las vías a surcar ante las contingencias por las que deberán transitar. Quienes de ese modo gobiernan, se valen de vulgares improvisaciones para enarbolarlas como decisiones a tomar, sin posibilidad alguna de alcanzar los cometidos trazados. Por eso, los resultados siempre lucen contrapuestos a los maquinados.

Este tipo de problema, ha tronchado expectativas de gobernantes que, equivocada o alevosamente, han creído que el gobierno está hecho para amasar riquezas y brindar placer a quienes gobiernan. Es precisamente, el problema que define el comportamiento de los actuales gobernantes venezolanos. Habida cuenta, que su manoseado socialismo del cual solapada e hipócritamente se ufanan, será el cadalso de su pervertida revolución. Aunque algunos analistas políticos, han especulado que éste pudiera ser el escenario que mayormente coincidiría con lo que sería el ocaso del oficialismo.

Por supuesto, luego de observar que el gobierno está jugándose “su final” empleando estrategias ampulosas mediante fútiles excusas que si bien pueden favorecerlo en su afán de conservar el poder por unos instantes más, también pudieran resultarle absolutamente contraproducentes. Pero no sólo por intentar reincidirle la gestión que, legítima y necesariamente, adelanta el Parlamento Nacional mediante evasivas de baja calaña. Asimismo, por comprometer al resto de los poderes públicos a traicionar mandatos y disposiciones constitucionales que fracturan la institucionalidad de la cual forman parte fundamental.

Apelar a excusas para sortear dificultades propias de procesos que la política arrastra en medio de la cruda incertidumbre dentro de la cual lidia con contradicciones, confusiones y reiteraciones, genera mayor desasosiego y graves tribulaciones. Ejemplo de tan patéticas condiciones, es el que Venezuela, desvergonzadamente, exhibe ante el resto del mundo. Un país que en otrora fue referencia en materia de desarrollo económico y de praxis política. Un país que hoy pasó a ocupar los últimos lugares en indicadores de transparencia y movilidad en rubros que atañen a la gerencia pública y administración de gobierno. Pero al mismo tiempo, escaló primeros lugares en indicadores relacionados con razones que hablan de efectos tan impúdicos como la corrupción, la inflación y el desempleo. Tan crítica ha sido la decadencia y depauperación nacional, que informes anual especializados, explican hasta la saciedad por qué Venezuela lidera el ranking de las economías más miserables del mundo, entre un total de más de 60 países.

Y aún así, el régimen continúa inventando excusas para justificar sus embadurnadas cometidas. Igualmente, para argumentar el silencio cómplice ante las estrafalarias equivocaciones y actos de descarada impunidad perpetrados por altos funcionarios y prosélitos de distintas jerarquías y conexiones indistintamente de momentos de franca y seria crisis de Estado. A riesgo de perderse en una senda sin retorno, el gobierno central sigue empeñado en culpar a quienes nunca han tenido algún tipo de relación o vecindad con aparatos o procedimientos gubernamentales. Pero el sólo hecho de acusar al contrario, ha llegado a convertirse, inevitablemente, en la vía para inventar calumniosas y corrosivas excusas. Pero no meras excusas. cabe decir que estas son ¡excusas que matan!

VENTANA DE PAPEL

¡Con repugnancia!

 Los sentimientos mueven las fibras del hombre. Bien por una u otra idea. Sólo que existen sentimientos cuyos efectos suelen marcar condiciones o generar actitudes que fungen como respuestas ante impresiones externas. En tanto que hay otros que incitan la percepción acuciando la conciencia que se tiene de una realidad. Más, si ésta contiene elementos que contradicen expectativas soportadas en valores fundamentales y en razones de ética y moralidad.

Las crudas realidades que vive el país a consecuencia del actual relajo gubernamental, habida cuenta de la descomposición institucional al que ha llegado la desvergüenza de gobernantes enredados en sus propias miserias, han devenido en graves confusiones. Situaciones estas en las que se superponen objetivos y causas, pretensiones y acciones, lo cual ha puesto al descubierto absurdos criterios de gobierno dominados por la improvisación. Pero también, precedidos y presididos por la amargura de quienes no pudieron surgir por esfuerzo propio, sino valiéndose de vulgares  escaramuzas para sortear problemas y compromisos trampeando posiciones de poder.

Estos problemas han tirado a Venezuela por el despeñadero del cual será muy engorroso escapar. Aunque las esperanzas se han afianzado en el alma de quienes creen con fervor en la necesidad de salir de tan profundo atolladero cuyo nivel de despilfarro, corrupción e indolencia se ha matizado con los colores patrios a fuerza de la irrespetuosa interpretación de la Constitución de la República. Así como por el tergiversado uso de la historia nacional para justificar desafueros cometidos en nombre de una caprichosa “revolución bolivariana”. En medio del desbarajuste que ha producido este desgobierno, a fin de justificar sus bárbaros equívocos, el pueblo demócrata vive indignado pues observa las ejecutorias del gobierno con repugnancia.

* Politólogo – antoniomonagas@gmail.com