El régimen a través de sus más connotados dirigentes, está viéndose apurado por “lavarse la cara”. Pero no ha podido hacerlo. Y es lo que terminó desesperándolo y confundiendo todo. La ceguera ideológica constituye la más tormentosa razón a partir de la cual un gobierno ofuscado y escaso de capacidades, se afinca para imponer criterios de refractaria y vetusta concepción”

Antonio José Monagas*

 

Aunque sería temerario suponer algún desenlace que pueda poner fin a la diatriba que tiene en ascuas a los venezolanos, cualquier idea lleva a concluir que no será fácil superar los problemas derivados de la crisis política que tiene atrapado al país. No obstante, sin caer en la trampa semántica o dialéctica que representa hacer suposiciones alrededor de alguna posible forma de desatascar los nudos u obstrucciones que han urdido sobre Venezuela, vale la posibilidad de acuciar alguna salida que pueda resolver, o al menos disipar, las angustias que anima tan dramática situación de crisis nacional.

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Aun cuando el diálogo recién pretendido pocas luces pareciera dar, se hace necesario forzar el análisis con el propósito de examinar las variables que han impedido sortear tan cuestionada situación. En principio, cabe señalar que una cosa sí parece clara: quienes tienen tomado el Ejecutivo Nacional, saben que están jugándose su última carta pues sus decisiones han puesto “en jaque“ no sólo su vida política. También, y peor aún, está en “jaque” el sentido y concepción de República. Y con ella, la muy manida “calidad de vida” del venezolano a cuyo concepto el populismo le ha dedicado un espacio político bastante singular.

Desde luego, nadie pudiera pasar por alto la descarada torpeza con la cual el alto gobierno asiste a su proceso de elaboración y toma de decisiones por el cual ha llevado el país al despeñadero a partir no sólo de las incompetencias que ilustran el Currículum Vitae de quienes están en cargos de significativo peso político y administrativo. Asimismo, por las acciones emprendidas en aras de simular una gestión en fingida correspondencia con los clamores populares, así como con los objetivos declarados en el desatinado Plan de la Patria.

En la mitad de tan crítica y alevosa situación, el alto gobierno optó por declarar su inculpabilidad a sabiendas que sus violaciones al marco constitucional  y arremetidas contra cualquier persona que haga evidencia pública de su opinión desfavorable contra el régimen, son totalmente inadmisibles. Es el momento cuando comienza a desbordarse la capacidad de resistencia de la población para tolerar el maltrato gubernamental. Se multiplicaron las protestas. De esta forma, se impide  la realización del Referendo Revocatorio el cual constitucionalmente, tenía toda la fuerza para llevarse adelante. Pero este hecho, significó “la gota que rebasa el vaso”. Se acentuaron las protestas populares ante lo cual, el régimen dejó de mostrarse de postura democrática, para asumir su verdadera condición autoritaria y despótica. Es decir, se quitó el antifaz que ocultaba su talante dictatorial.

De esta manera, las instancias de gobierno se hicieron eco de lo que viene declarando la máxima autoridad con aquello de divulgar la estrategia elaborada ante la petulancia de asomar la excusa de una “guerra económica”. De una guerra sin razón, ni evidencia, ni tampoco justificación. La crisis que se dio en el ámbito de la economía nacional, se originó en una administración pública encubridora del manejo doloso de los recursos fiscales y patrimoniales que se vieron usurpados por la grosera corrupción, tanto como por la dadivosa condición del alto gobierno presuntuoso por demostrar su capacidad de manipulación con base en los ingresos proporcionados por la renta petrolera nacional.

Esta situación exasperó a altos funcionarios incursos en delitos de estafa a la nación, de traición a la patria y de apropiación indebida de recursos del Estado venezolano. Pero además, de una serie de fechorías cometidas por causa del pánico que empiezan a sentir los miembros de la cúpula político-partidista en ejercicio de gobierno.

Ahora, el régimen a través de sus más connotados dirigentes, está viéndose apurado por “lavarse la cara”. Pero no ha podido hacerlo. Y es lo que terminó desesperándolo y confundiendo todo lo que intenta hacer. Tanto que lo que hace, lo hace mal. Sólo le quedó como última opción, acometer la peor de las estrategias. Y ha sido la de someter a la población con el objeto de inmovilizar sus acciones impulsadas por la desazón, el enfado y el sufrimiento. Y esto ha causado, en el régimen, adelantar medidas de represión y de asfixia inducidas por decisiones que impiden a los venezolanos vivir consustanciados a derechos fundamentales y humanos y libertades políticas.

La población venezolana, indistintamente de su credo político, quedó a la vera del camino del desarrollo. Sus legítimas esperanzas, se han hecho añicos luego de esperar, infructuosamente, que buena parte de las promesas electorales se convirtieran en concretas realidades. Cuestión ésta quimérica. Entonces, ¿dónde se acude por medicamentos y alimentos? A ningún lado pues no se consigue lo buscado. Y ¿cuál es la respuesta ante la cual se enardece la población?. Pues sencillamente, “no hay”.

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¡DESMEDIDA Y HUMILLANTE DEMAGOGIA!

El afán de estos gobernantes “revolucionarios” por enquistarse en el poder, se volvió endémico. Más aún, infeccioso. Sobre todo, porque tan pernicioso estancamiento hizo crisis. Crisis en todos los órdenes de la vida nacional. Desde lo que concierne a la política y lo político, hasta lo que corresponde a lo social, familiar, cultural y, sin lugar a dudas, a lo emocional. La actual gestión gubernamental, puede decirse que despedazó a Venezuela. No sólo la fracturó, la dividió, o la cercenó. También, la hizo añicos. Tanto así, que resultará profundamente complicado recomponerla pues tan compleja decisión implicará juntar pedazo a pedazo todo lo destruido. Luego, adherirlos con el uso del mejor pegamento: el de la voluntad política, de la tolerancia y del respeto.

Es absurdo pensar que el régimen tiene la capacidad de regenerase en función de hacer compatible las distintas posturas ideológicas que reivindica la doctrina democrática. En su tendencia, no es difícil notar propósitos encaminados a reducir al país a un ámbito sino de forajidos, entonces de sometidos y resignados. Y este tipo de realidades, medida con la unidad del tiempo histórico, no concuerda con nada de lo que radica en las expectativas que pauta el desarrollo alcanzado internacionalmente.

No puede ni debe admitirse que luego de haber sido Venezuela un referente continental en materia de transparencia administrativa, de democracia, de renovación económica, de desarrollo humano, entre otros indicadores que evidencian calidad de vida, se haya llegado a tan tristes y rastreros lugares. Ahora Venezuela es ejemplo mundial de incapacidad, opacidad, inflación, desesperanza, conflicto, revuelo, intransigencia, ignorancia, sectarismo y pare de contar tan vergonzosos indicadores que sólo revelan atraso, miseria y desorden en casi todos los aspectos que determinan la vida de una sociedad. El país, gracias al socialismo de coyuntura, quedó rezagado.

Aunque peor aún luce la ofuscación que caracteriza a minúsculos grupos de gente violenta, sin escrúpulos ni educación cívica, tampoco ética, ni mucho menos moral para hablar en nombre de consideraciones que sólo sirven para llenar páginas. Que sólo se aprovechan de ocupar espacios en medios de comunicación social o de disfrazar realidades con pinturas de mala calidad que son representativas de las migajas que reparte el gobierno en nombre de una justicia parcializada, de una igualdad de mentira y de un pluralismo político de retrógrada concepción e irónica praxis.

En fin, todo esto que ahora vive y afecta a Venezuela, como resultado de la ilusa terquedad de quienes rabiosa y alevosamente ejercen funciones de gobierno, o mejor dicho de dictadores, es la mejor evidencia de una desmedida y humillante demagogia.

* Profesor titular de la ULA – Doctor en ciencias del desarrollo – @ajmonagasantoniomonagas@gmail.com