Me sorprende que se haya vuelto común hablar, a propósito de las próximas elecciones presidenciales, de un enfrentamiento entre candidatos y partidos de izquierda y derecha. Sea cierto o no, Sergio Fajardo no acepta ninguna de estas dos etiquetas. Tampoco Germán Vargas Lleras. Y menos aún Álvaro Uribe Vélez, quien no por casualidad, sino por […]
Me sorprende que se haya vuelto común hablar, a propósito de las próximas elecciones presidenciales, de un enfrentamiento entre candidatos y partidos de izquierda y derecha. Sea cierto o no, Sergio Fajardo no acepta ninguna de estas dos etiquetas. Tampoco Germán Vargas Lleras. Y menos aún Álvaro Uribe Vélez, quien no por casualidad, sino por razones bien fundamentadas, bautizó su partido con el nombre de Centro Democrático. Ahora bien, debe de ser motivo de alta preocupación para él que un sector de militantes del CD nieguen su apoyo a Iván Duque por verlo ajeno a la derecha, ubicación ideológica que ellos reclaman para su partido.
Pues, debo confesar que soy ajeno a estos dos rótulos. La explicación es muy simple: no creo en las ideologías. Quien me dio una buena explicación de este rechazo fue Jean-François Revel, notable pensador francés de quien me hice devoto amigo en París. Una ideología era vista por él como una mentirosa ilusión que retiene solo los hechos favorables a sus tesis y omite los que la contradicen. En el ideólogo predomina la necesidad psíquica de creer y no el deseo de saber.
El mito de la izquierda, como abanderada de una lucha en favor de las clases populares, me atrapó desde mis tiempos de escolar. Aplaudía con fervor a Gaitán cuando decía que los ricos debían ser menos ricos para que los pobres fueran menos pobres. Celebré con alegría la llegada de Castro al poder. Como miembro dirigente de las llamadas juventudes del MRL, no vacilé en enviar a Cuba una treintena de nuestros militantes para que fueran adoctrinados. Varios de ellos tuvieron entrenamiento militar y al regresar al país se convirtieron en guerrilleros, entre ellos Fabio Vásquez Castaño, fundador del ELN.
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Pero la realidad siempre acaba demoliendo los mitos ideológicos. La caída del Muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética se produjeron por la incapacidad del Estado para resolver los problemas económicos y sociales. Fue esta la razón para que China se convirtiera en un régimen capitalista autoritario. El comunismo puro no subsiste hoy sino gracias a las férreas dictaduras de Cuba y Corea del Norte. Trata de reencaucharse en Venezuela con el disfraz de socialismo del siglo XXI, provocando la terrible situación que todos conocemos. Ahora la izquierda apela en Colombia y otros países del mundo al populismo como nocivo instrumento para llegar al poder.
Mi devoción de izquierda y la utopía socialista que la acompaña se quebraron para siempre hace más de 50 años, cuando visité con Gabo la Unión Soviética y varios países de la Europa comunista. Su panorama no podía ser más lúgubre. Mis continuos viajes a La Habana, cuando fui designado en Colombia director de la agencia cubana Prensa Latina, me permitieron ver cómo el comunismo usurpaba el poder, mientras escritores, artistas y otras figuras de renombre sufrían toda suerte de vejámenes. Mis críticas me ganaron allí el calificativo de “contrarrevolucionario”.
Pero, digan lo que digan los mamertos, tampoco me ubico a la derecha. Siempre fui contrario a dictaduras asociadas a este credo ideológico, como la de Franco en España. Tampoco acepto a la derecha que hoy en Colombia, por influencia eclesiástica, rechaza el aborto, el matrimonio gay o la eutanasia. ¿Dónde ubico entonces mis convicciones políticas? En la corriente de pensamiento que, en vez de un dirigismo económico en manos del Estado, apoya un modelo de libertad política y libre mercado como única vía efectiva hacia el desarrollo.
Figuras emblemáticas en Europa y América Latina, como Revel, Popper, Raymond Aron, Sorman, Vargas Llosa, Octavio Paz, Krauze o Montaner –que sustentan esta tendencia–, son calificadas de reaccionarios por la izquierda, y, para tranquilidad del doctor Serpa o de doña Piedad Córdoba, en vez de liberales los llama “neoliberales”. Todo vale para salvar su mito.