Los “caminantes” también se van hastiados de la falta de electricidad, de gas doméstico, de transporte público, de gasolina, de dinero para comprar comida; de un cúmulo de carencias que solo en septiembre provocaron 1.193 protestas callejeras pese a la prohibición de reuniones públicas.

Dejarlo todo sigue siendo la opción de cientos de venezolanos que, agobiados por la pobreza extrema, recorren hasta más de 1.000 kilómetros andando con la esperanza de salir del país. Así esto implique días de caminata y un cúmulo de riesgos en la vía.

Es que quienes deciden emigrar, en medio de la pandemia por covid-19, sienten que no tienen nada que perder en Venezuela y quizá algo por ganar en otra tierra. Seguramente esa comida que cada vez les es más difícil llevar a sus mesas. Por eso hoy caminan bajo el sol y la lluvia, de día y de noche. Con tanta fe como cansancio.

EFE

Estos “caminantes”, como les llama la prensa, dejaron de ser noticia hace años pero no han dejado de aparecer en los estados fronterizos de Venezuela. Cargados con lo poco que pueden llevar a cuestas y, ahora, con mascarillas desgastadas para intentar protegerse del covid-19.

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Ronald, el abogado caminante

Ronald Vásquez tiene 26 años de edad y dos hijos pequeños en el estado Lara (centro). Allá los dejó, al cuidado de otros familiares, cuando empezó a caminar hacia la frontera que el país comparte con Colombia a través del estado Táchira. A más de 500 kilómetros de distancia del punto de partida.

Este estudiante del último año de Derecho dejó su empleo en la Fiscalía de Venezuela por la “cuestión económica”. Específicamente por el salario mensual que percibía de 400.000 bolívares (menos de un dólar). El monto mínimo legal vigente en el país.

Venezolanos caminando a Colombia
Foto: EFE

“Para tener buena calidad de vida, lastimosamente hay que salir del país. Hay que salir corriendo (…) uno no puede estar en la casa sin comida”, dice a EFE el joven que todavía camina hacia la zona limítrofe, cerrada desde marzo debido a los controles sanitarios impuestos por el régimen para evitar la propagación del coronavirus.

Cuestionado sobre esa circunstancia en la frontera responde: “pues (pasaremos) por trocha. Sabemos que es ilegal pero es la única parte (por la) que podemos penetrar al vecino país”, agrega, acompañado por otros siete emigrantes.

Carlos, el policía

Carlos Herrera lleva ocho días caminando. Salió de Yaracuy con dos amigos y los tres planean llegar a Bogotá. El calculador de distancia de Google estima que les tomaría unas 250 horas completar esa meta. Solo si no detienen nunca la marcha.

Pero ellos se han procurado el descanso, especialmente porque uno de los tres es discapacitado y va en silla de ruedas rumbo a la frontera.

Venezolanos escapan de la crisis
Foto: EFE

Carlos es agradecido con Dios y con las personas que los han alentado en el periplo, sin dejar de culpar al Ejecutivo de Nicolás Maduro por su situación, por estar durmiendo en la calle y por verse obligado a separarse de sus tres hijos.

El gobierno es lo menos que nos apoya (…) yo soy policía nacional. Siete años de servicio, y mire cómo ando”, dice el joven bajo la lluvia. Han tomado un descanso para seguir empujando la silla de ruedas.

Ninguno de los miembros de este tridente tiene familiares o personas que los esperen en Colombia. Simplemente van “a la deriva” hacia ese país que ha acogido a casi 2.000.000 de venezolanos en los últimos años.

Huir del hambre, la meta de los venezolanos

Andy Rodríguez, María Núñez y José Colón no se conocen pero tienen varias cosas en común: los tres son venezolanos, menores de 30 años, tienen hijos, y estos días van caminando hacia la frontera, provenientes de distintas zonas del país petrolero.

Andy viaja, a pie, en un grupo de 11 personas que incluye cuatro niños. Él y su grupo han dormido en la calle los últimos cinco días. “Estamos emigrando de allá porque allá lo que hay es hambre”, dice a EFE antes de ser interrumpido por varios de sus acompañantes, cada uno con una anécdota distinta, con reclamos y lamentos.

Foto: EFE

Varios de los caminantes denuncian que han sido “robados” por policías, quienes les quitaron pertenencias para permitirles el paso en la vía pública, hoy restringida debido a la cuarentena.

Los “caminantes” también se van hastiados de la falta de electricidad, de gas doméstico, de transporte público, de gasolina, de dinero para comprar comida; de un cúmulo de carencias que solo en septiembre provocaron 1.193 protestas callejeras pese a la prohibición de reuniones públicas.

Quienes se van abandonan el país que, según el régimen de Maduro, tiene el mejor manejo de la pandemia de toda Sudamérica, con solo 678 muertes. Pero ellos no le temen al coronavirus tanto como a morir de hambre.

Retornar, el contraflujo de venezolanos

Mientras unos venezolanos se van, otros regresan. Dos caras de una moneda migratoria que son igualmente ciertas y que hablan de la natural movilidad humana, así el régimen se empeñe en mostrar solo la segunda parte de la historia.

caminantes venezolanos
Foto: EFE

Maduro habla frecuentemente sobre los 117.000 venezolanos que, según su Ejecutivo, han retornado al país en medio de la pandemia “en búsqueda de salud”.

Sobre los que se marchan, más de 5.000.000 en los últimos años, ni una sola palabra.

Pero ese silencio oficial no anula la caminata de Ronald, Carlos, Andy, María, José y los muchos otros que vendieron una bicicleta o un lavaplatos para empezar a andar con algo de dinero y ninguna certeza.

Grupo de caminantes venezolanos
Foto: EFE

Mujeres embarazadas, niños que apenas caminan, discapacitados, casi todos personas jóvenes, siguen con los zapatos desgastados en su empeño por alcanzar una vida mejor.