El populismo en el país, pervirtió la moral de gobernantes. Su efecto fue proporcional en la sociedad pues envalentonó actitudes que dieron al traste valores y tradiciones que en otrora habían exaltado la venezolanidad.

Antonio José Monagas*

Cuando cunde el miedo, producto de la coerción impuesta con violencia o bajo amenaza, el horizonte luce totalmente confuso. Los caminos se vuelven escabrosos o accidentados. Es difícil dar con alguna salida que alivie las angustias padecidas y todos aquellas situaciones asediadas por la insidia y la saña. No puede disponerse del espacio necesario para decidir con el pundonor que exigen las realidades organizadas a conciencia de las premuras que marcan los procesos políticos, sociales y económicos que se corresponden con el devenir acompasado de un colectivo cuya brújula apunta al desarrollo de su esencia. En fin, el caos en todas sus manifestaciones se apodera de los estamentos que representan los distintos sistemas que le infunden continuidad a la vida misma. Y es cuando las dinámicas sociales, políticas y económicas se embotan y obstruyen la movilidad natural de los correspondientes procesos.

Esto, en lo exacto, es la manifestación de una crisis. Pero no de cualquier crisis que pueda afectar respuestas o salidas que, por rápidas, se solapen con soluciones vistas como paliativos. Es la expresión de una crisis de forma y fondo. Es decir, de una crisis que arrastra crisis del tipo de acumulación y crisis del tipo de dominación. Crisis que tienen honda repercusión no sólo en lo económico y en lo político. Sino también en lo social. Y desde luego, en lo administrativo, en lo cultural, lo ideológico, ético y hasta en lo moral.

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Precisamente, es la crisis que actualmente está padeciendo Venezuela la cual alcanzó su paroxismo. Ello, a consecuencia de gobiernos de tendencia populista que se hicieron la vista gorda ante un proceso histórico de acumulaciones y distorsiones. Tan grave situación, vino encubriéndose por un populismo cuya demagogia animó contravalores que se resistieron a una institucionalidad democrática cuyas demandas se vieron arrasadas por la brecha entre la capacidad para gobernar sistemas sociales, y la complejidad creciente que éstos ofrecían para ser conducidos hacia objetivos trazados por libertades y derechos humanos.

En el marco de esa estructura, pretendió concentrarse la riqueza producto de la renta petrolera cuya administración se hizo al margen de criterios debidamente regulados por convenciones técnicas. No por el maniqueísmo propio de coyunturas promovidas por la politiquería habitual de gobiernos impulsados más por intereses político-partidistas, que por necesidades institucionales ordenadas por patrones dictados por la planificación pública.

A ello se agregó una crisis de identidad que, al mismo tiempo, vino haciendo mella en el ejercicio de gobierno lo cual devino en procedimientos administrativos que se desvirtuaron en su razón y condición. Así se debilitaron importantes posibilidades de desarrollo, categorizadas por múltiples análisis y estudios de universidades, corporaciones de desarrollo, centros de investigación y oficinas de asistencia internacional. De esta manera, el país comenzó a ver afectado valores y principios constitucionales al extremo que ello generó un desaliento apuntalado por las equivocadas concepciones de vida democrática que los mismos partidos políticos asintieron en la medida que sus discursos llegaban a quienes actuaban en el plano funcional del país.

Como resultado de dicha crisis, se mediatizaron proyectos y compromisos por llevar el país a convertirse en “punta de lanza” del desarrollo latinoamericano. Ya para los años ochenta, algunos indicadores daban cuenta del apogeo alcanzado por Venezuela en un esfuerzo adelantado desde la década de los sesenta y setenta. Sin embargo, esos esfuerzos terminaron siendo atropellados por conflictos internos que tuvieron lugar en los predios de los partidos políticos que se hacían del poder político al tomar el gobierno nacional.

Particularmente, fue el problema que le torció el rumbo a la oferta política que ascendió a la presidencia de la República en diciembre de 1998 y cuyo ejercicio político pretendió enquistarse a desdén de lo que ordena la Constitución elaborada un año luego. Con el devenir del siglo XXI, el proyecto político que irrumpió con el militarismo como bandera electoral, se desvió del rumbo que en principio había sido prometido. El populismo empleado como recurso de cambio, pervirtió la moral de los gobernantes lo cual tuvo un efecto proporcional en la sociedad toda vez que se envalentonaron actitudes que dieron al traste tradiciones que en otrora exaltaron la venezolanidad. Por consiguiente, todo ello trastocó iniciativas y sueños de venezolanos contestes con la democracia que pudo verse enaltecida de haberse hallado la conciencia histórica que habría requerido vivir asido a la concepción de democracia (venezolanista). De esta forma, pudieran explicarse las causas de lo que ha sido y representa hoy día un desastre llamado “gobierno”.

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UNA HISTORIA VERGONZOSA

Definitivamente, Venezuela se volvió un país a oscuras. Desde que el actual gobierno comenzó a rebatir disquisiciones que, con suficiente razón muchos estudiosos de la política expresaban y argumentaban, las ejecutorias gubernamentales fueron matizándose de sombrías. Aunque muchas veces, se vieron tenebrosas. Muchos de quienes viven del oficio de auscultar la historia, fueron siendo forzados a interpretarla al elaborado modo que mejor se ajustaba a los estadios que calzaran con los imaginarios pautados en nombre de una revolución que fue más de forma que de fondo.

Venezuela, se transformó en un país de luto pues la violencia se asoció con la inseguridad para así dominar cuanto escenario era posible. De hecho, los discursos presidenciales tendían a justificar particularidades propias de realidades violentas. De esa forma, fueron penetrando la actitud del venezolano tanto como preparando la estructura ideológica que mejor se acompasara con sus descompuestas y enrarecidas decisiones. En consecuencia, el alto gobierno se aferró de tal modo al gusto por el poder, que se dio a la tarea de desvirtuar preceptos constitucionales para que en su nueva traducción pudieran tener cabida conceptos que por ningún lado fueron tratados y considerados por el texto constitucional.

Términos como el de socialismo, el de comuna, o el de revolución, sirvieron para torcerle el rumbo a un país que, como Venezuela, se construyó apostándole al hecho de alcanzar la democracia. Sin embargo, a pesar de las dificultades que tan importante propósito significaba, los enredos pulularon sin que fuera posible evitarlos de plano. Justamente en dichos intersticios, el gobierno militarista, operando un populismo de extraño o nuevo cuño, consiguió el filón del cual se aprovechó para enriquecer sus acusaciones contra lo que llamó la Cuarta República.

De igual forma, se benefició de ello para darle fuerza a sus planteamientos, promesas y compromisos los cuales sólo sirvieron para alebrestar esperanzas políticas y captar ilusos. Venezolanos que, tristemente, aprendieron a conformarse con las migajas representadas en franelas, gorras y esmirriadas ayudas económicas utilizadas para incrementar la pobreza y la ignorancia lo cual servía al gobierno central para mantener esa muchedumbre como la “carne de cañón” que necesitaría luego para insuflar sus filas “revolucionarias”. Es decir, el socialismo fue dirigido a una población que por su incultura, cayó en una trampa disfrazada de rojo con nombre de “patria”. No habrá duda de que cuando tenga que analizarse estos tiempos de “revolución”, será en las líneas de una historia vergonzosa.

“Cuando quienes gobiernan confunden sus argumentos haciendo que sus decisiones caigan en un marasmo de rarezas políticas, las respuestas gubernamentales jamás serán garantía de solución alguna y las decisiones tomadas sólo animarán un caos sin precedente”

* Politologo – antoniomonagas@gmail.com