El mejor cine, es el que genera mayor capacidad de identificación, y paradójicamente es el que no se ve, ocurre no en la pantalla exterior sino en la pantalla interior instalada en la imaginación del espectador estimulado, por un corte o una suspensión de la imagen (elipsis) que obliga a quien ve el filme rellenar ese hueco o vacío de acción por su propia cuenta, en esa recóndita pantalla interior.
Vale presentar a Billy Wilder, de quien me he convertido en uno de sus admiradores ¿Acaso no había situado a Marilyn Monroe, sobre una de esas bocas de ventilación del metro de Nueva York, de modo que su falda se levantara y por una fracción de segundos pudiera verse sus muslos? Y esto en 1955, cuando todo el mundo era tan casto y puro. ¿Acaso no había vestido de mujer a Jack Lemmon y a Tony Curtis y los había metido en una banda de música de mujeres? Samuel Wilder, luego Billy Wilder nació (Sucha, Imperio austrohúngaro, 22 de junio de 1906 – Hollywood, Estados Unidos, 27 de marzo de 2002), uno de los más grandes guionistas y directores que ha dado el séptimo arte.
El comenzó a trabajar como guionista en 1929, en Berlín, sólo cuatro años antes del ascenso al poder, no olvidemos que en unas elecciones democráticas, de Adolf Hitler y su Partido Nacionalsocialista. Obligado a emigrar por sus raíces judías, su madre murió en los campos de concentración de Auschwitz. La productividad de la época, le dio tiempo a firmar una quincena de películas y a construirse un prestigio que más tarde le vendría de perlas en su aventura americana. No obstante, antes de llegar a la Meca del cine, hizo escala en París, donde curiosamente dirigió su primera película, Curvas peligrosas (1934). Sin embargo, su horizonte estaba en Hollywood, y allí llegó en compañía del actor Peter Lorre, otro súbdito exiliado del imperio Austro-Húngaro, ahora sería eslovaco, con el que había coincidido en uno de sus últimos trabajos en Alemania. El apoyo de Lorre fue fundamental en aquella época, ya que Wilder llegó a Estados Unidos sin saber inglés, y aunque aprendió rápidamente, el hecho de que compartieran apartamento y el actor trajera un currículo más extenso fueron determinantes para que la transición de Wilder al cine americano fuera lo menos traumática posible.
En una ocasión le preguntaron, a Billy Wilder si era necesario que un director de cine supiera además escribir. No —contestó— pero es útil que sepa leer. Además de graciosa, esta anécdota sirve para reflejar claramente la posición de Wilder frente a la industria cinematográfica. Un director debe saber leer un guión. Él los escribió y los leyó como nadie lo ha vuelto a hacer. Lo primero es cuestión de talento y oportunidad. Lo segundo es una lección que deberían tener en cuenta muchos antes de ponerse detrás de la cámara.
El escritor Hellmuth Karassen, guionista, comediógrafo y director del Instituto del Teatro de la Universidad de Hamburgo, escribe en Der Spiegel y es autor de la obra Literarischer Quartett, colaboro con Wider desde 1986, escribió un excelente libro de 465 páginas, publicado por editorial Grijalbo C.A. Titulado “Nadie es perfecto” traducción de Ana Tortajada,
Es el quien escribió la monumental obra y estas son las tan esperadas memorias de un monstruo del cine. Autor de la regocijante y corrosiva comedia la tentación vive arriba (peculiaridad titulo de la versión española); de un notabilísimo film judicial, Testigo de cargo; de la más aguada incursión en el trasfondo de Hollywood. El crepúsculo de los dioses; ingenioso provocador y hábil, Billy Wilder es una referencia inexcusable del Hollywood de siempre. Había nacido en Viena en 1906 – aún recuerda el entierro del último emperador Austriaco, Francisco José – , vivió en el turbulento y creativo Berlín de los años veinte y desembarco en la meca del cine en 1933. Wilder supo abrirse en un terreno variable y competitivo en el que lo difícil no es tanto llegar a mantenerse. Lo primero que lograría en su guión para Ninotchka de Lubistch, de quien se confesaría admirador; lo segundo, a base de un derroché de talento tan poco común como multiforme. Si bien Wilder es recordado por sus comedias (Con faldas y a lo loco, El apartamento, La tentación vive arriba, uno, dos, tres) pocos autores han abordado con tanta seriedad temas como el alcoholismo (Dios sin huellas) o el amarillismo de cierta prensa (Primera plana).
Como guionista, Wilder escribió 60 argumentos y como director realizó 26 películas, galardonado con seis Óscar tras haber sido nominado en 21 ocasiones.
Los Oscar estaban colocados, encuadernados en piel marrón claro, los guiones que él había escrito: 31 ejemplares, desde (La octava mujer, 1938 hasta Aquí un amigo 1981) eran guiones mecanografiados la mayoría ligeramente amarillentos.
Su vida es como un Caleidoscópica personalidad; humorada modesta para una vida sobre todo un ejercicio de inteligencia.
La lápida de Billy Wilder en Westwood Memorial con el texto: «I’m a writer but then nobody’s perfect» («Soy escritor, pero nadie es perfecto»). ( J. G. Guerrero Lobo / Escritor – jgglobo@gmail.com)